0.117 – HIJOS DE PUTA.-
HIJOS DE PUTA |
Por Alfonso Ussia |
Anteayer, después de escribir del atentado de Burgos, me escapé al monte. Odio la playa en verano, el cielo estaba cubierto, y refugié mi indignación en el hayedo del Jilguero, en el valle de Cabuérniga. Sube una senda entre hayas erguidas hasta donde se abren los altos prados, después de atravesar el pequeño dominio de los abedules. No hay cobertura telefónica por aquellos caminos, que son del lobo y del corzo, en pleno corazón del Saja. En un tiempo, no lejano pero irrecuperable, el hayedo sentía el canto de amor del urogallo, el más presumido, asombroso y escaso señor de nuestros bosques norteños. Concluido el largo paseo, ya de vuelta por la carretera, oí en la radio lo de Mallorca. El crimen de Mallorca. El asesinato de dos hombres buenos en Mallorca. Un crimen asqueroso y cobarde del terrorismo vasco, que es un terrorismo más infame que otros, porque es de maricones a la antigua usanza, de muerte abandonada en una bomba-lapa y explosionada en la lejanía, o calculada para destrozar cuando los criminales pueden estar disfrutando de su perversidad en una cala azul, la piscina de un club o tirándose a sus madres en la «suite» del mejor hotel de la isla.
Hijos de puta. Los que matan y los que ordenan las muertes. Hijos de puta los que celebran y los que cobijan las culminaciones sangrientas del terrorismo vasco, y escribo vasco porque así es, aunque a muchos, a mi principalmente, me hiera en el alma hacerlo. Hijos de puta los que piensan que los muertos y sus familias son equiparables a los asesinos y las suyas. Hijos de puta los que enaltecen a quienes han hecho de la vieja Euskalerría, la Euskal-Herría con «h» inventada de hoy. Hijos de puta los que, sabiendo dónde estaban y en qué lugares del País Vasco vivían tranquilos y sonrientes, nada hicieron para perseguir o detener a los asesinos. Al fin y al cabo, «no está bien luchar contra los nuestros». Hijos de puta los que usan de la Santa Cruz para establecer comparaciones y distribuir las culpas y los motivos equitativamente. Por supuesto que la Iglesia vasca está compuesta por centenares de sacerdotes ejemplares, pero también del mismo número de prelados, arciprestes, párrocos y fieles a los que llamar «hijos de puta» en su acepción de maldad no traspasa la frontera de la definición. Hijos de puta los que mantienen voluntariamente con su dinero a los asesinos, que no son otra cosa que trabajadores de una industria vasca dedicada al crimen, y muy rentable, por cierto. Hijos de puta los que se ofrecen a mediar en negociaciones insoportables para la dignidad de un Estado de Derecho. El cura irlandés ese, y el mamaraché argentino con su Premio Nobel, y la gorda asquerosa del pañuelo anudado a la cabeza que viaja en primera clase por todo el mundo sembrando el odio. Hijos de puta los gobernantes que toleran la presencia de los terroristas en sus países. Hijo de puta, con carácter retroactivo, pero siempre presente para los que tenemos memoria, Su Majestad Imperial Valerý Giscard D’Estaign, que abrió los brazos generosos de Francia a todos los criminales de la ETA, y a sus cómplices, y a sus instructores de destrucción y muerte. Y honor, inmenso honor, proclamado entre lágrimas, a don Carlos Sáenz de Tejada y don Diego Salva, guardias civiles al servicio del orden y de la paz, de la justicia y de la concordia, muertos traidoramente por los hijos de puta cobardes que mantienen el negocio del terrorismo vasco. |
(otro) HIJOS DE PUTA |
Alfonso Ussia |
QUE en España hay mucho hijo de puta es algo que no puede sorprender. La Real Academia Española define al hijo de puta como «mala persona». Se queda corta. Un hijo de puta es mucho peor que una mala persona. Y hay muchos hijos de puta en las concejalías de cultura de un buen número de ayuntamientos. Al menos, de los diecisiete ayuntamientos de localidades cordobesas, coruñesas, castellonenses, granadinas, asturianas, valencianas, murcianas, ilerdenses o barcelonesas que han contratado para sus fiestas a dos grupos presuntamente musicales formados por otros hijos de puta batasunos que responden a los nombres de «Sociedad Alcohólica» y «Su Ta Gar».
No puede extrañar que estos canallas canten y animen en las fiestas organizadas por los ayuntamientos de Batasuna en las Vascongadas. Pero sorprende que en municipios del resto de España se dilapide el dinero público financiando a estos forajidos analfabetos. Aquí nada tiene que ver la libertad de expresión. Sí la ética, la estética y la decencia social. En este caso, la amoralidad, la antiestética y la indecencia social.
Cada conjunto de hijos de puta tiene una canción preferida, que oyen con delicia los hijos de puta que los contratan y los hijos de puta que los aclaman. La pieza magistral de los primeros se titula «¡Explota, zerdo!», y la de los segundos «Síndrome del Norte». Se creen transgresores, los muy imbéciles. Lo que está claro es que actúan en el país más libre del mundo, porque en otros se les aplicarían las leyes. Apología del terrorismo y recochineo insoportable del dolor ajeno. También desacato, calumnia e injuria, pero esas bobadas en España no constituyen delito.
Aquí se le llama «terrorista» al Rey o al presidente del Gobierno, y lo hace un parlamentario autonómico de la cuerda de Llamazares, y a lo más que llega la Justicia es a regañar un poquito. Lo que escribía al principio. Un alarmante exceso de hijos de puta es lo que tenemos. Y no exportamos ni uno. Nos los quedamos todos para nuestro consumo interior. Así nos va.
«Huele a esclavo de la ley, zipaio siervo del rey, lameculos del poder, carroñero coronel, ¡Explota, zerdo! dejarás de molestar, ¡Explota, zerdo! sucia rata morirás». La segunda creación es aún más sutil. «Siempre que sales de tu casa, tú vas todo acojonao, mirando por todos los laos, ese bulto en el sobaco es poco disimulao. Al llegar hasta el cotxe dejas las llaves caer, no se ke haya un bulto raro, y ke te haga volar como a Carrero, como a Carrero, ay qué jodío es ser madero, en un lugar donde me consideran extranjero, porrompompero».
Buena rima, buena gramática, buen mensaje y artística superación. Eso es lo que han interpretado los responsables municipales de los ayuntamientos contratantes. En más de uno, muy probablemente, haya sido ocupada en su cementerio alguna tumba con antelación. No sé, algún civil, algún militar, algún niño, algún «zerdo» que murió como una rata gracias a los amigos y protectores de estos insignes músicos. Resultaría interesante conocer qué ayuntamientos, qué organizaciones, qué centros culturales, qué asociaciones de vecinos, han contratado a estas pandillas de miserables. Y si mantienen los contratos en vigor, cuáles son los nombres de los hijos de puta correspondientes. Nos podemos llevar más de una sorpresa.
Insisto. En la mugre social, sin hacer renuncia de su condición de hijos de puta, hay otros grados de hijoputez que superan al de los idiotas que cantan y componen esas birrias intolerables. Y vuelvo al primer paso. Esos alcaldes que contratan o permiten, esos concejales que pagan y ovacionan, esos ciudadanos que acuden, bailan, tararean y ríen. Esos son los hijos de la gran puta en su grado de máxima excelencia. Todos esos.
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