LA MENTIRA CUBANA
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Mario Vargas LLosa
Señoras y señores, queridos amigos:Imagino que algunos de ustedes, que estuvieron aquí hace cuatro años, la noche que se inauguró
Han pasado cuatro años, y esta noche todos ustedes han podido ingresar aquí con la mayor tranquilidad, sin recibir la menor ofensa, ni el menor vejamen, y en eso mi amigo Guillermo Gortázar ha visto un progreso. Le envidio su optimismo, pero, desgraciadamente no lo comparto. Yo creo que esa tranquilidad que rodea en este caso esta ceremonia debería mas bien deprimirnos y enfurecernos, porque lo que revela no es que las ideas de libertad para Cuba, de progreso a la democracia hayan ganado terreno, sino que más bien esa crispación, ese antagonismo que la revolución cubana provocaba, ha sido reemplazado por una indiferencia, que se extiende por vastos sectores de la sociedad española, europea, latinoamericana y mundial.
Es verdad que hay esfuerzos aislados como los de esta institución y de otras igualmente valiosas y de muchos individuos que a pesar de todo se mantienen movilizados poniendo un granito de arena a favor de la libertad de Cuba, pero si queremos hablar con objetividad, haciendo ese esfuerzo de lucidez que reclamaba Ortega y Gasset a los intelectuales, quienes desde hace muchos años hacemos lo que podemos, que es muy poco, en favor de la libertad de Cuba, tenemos que reconocer que no hemos ganado sino más bien hemos perdido terreno.A diferencia de lo que ocurría hace ocho o diez años, en que cabía esperar, que al igual que lo que había ocurrido con la Unión Soviética, con las llamadas democracias populares, la dictadura totalitaria se desplomara en Cuba. Hoy no hay nadie que se atreva tan solo a decirlo, porque sería caer en el ridículo. La verdad es que la dictadura cubana esta más fuerte que hace diez años; nadie habla ahora de que ella se va a desplomar, a lo más, se oye decir, y desde luego que eso escarapela el cuerpo, que con la muerte de Fidel Castro, vendrán los cambios. Sin ninguna duda.
A eso ha quedado reducida la acción internacional a favor de la libertad de Cuba; a esperar que Fidel Castro desaparezca y con su muerte esa ciudadela dictatorial se desmorone.
La verdad es que el caso de Cuba es trágico por muchas razones, una de ellas porque la de Fidel Castro se ha convertido en una de las dictaduras más largas que haya conocido América Latina, en segundo lugar porque jamás, y no creo que exagero al decir esto, una dictadura ha tenido tantas complicidades, aún en sectores aparentemente nada favorables a las dictaduras, es decir, los sectores democráticos. Es una verdadera vergüenza que tantos gobiernos democráticos apoyen, no de una manera disimulada y vergonzosa sino abierta, a la dictadura de Fidel Castro. Por una extraña perversión de la cultura de nuestro tiempo, ayudar a la dictadura de Fidel Castro da todavía unas credenciales políticas y esas credenciales sirven a gobiernos democráticos, a políticos democráticos, para ganar el ansiado título de progresistas. No son sólo los gobiernos democráticos los que actúan de una manera cómplice con la dictadura cubana, son también muchos intelectuales.
Algún día alguien escribirá la responsabilidad de los intelectuales, primero en la creación del mito de la revolución cubana como un paraíso de libertad, como una fuente de igualdad, y también sobre la enorme responsabilidad que cabe a los intelectuales, no sólo del tercer mundo, también del primer mundo, en haber impedido el surgimiento de una gran movilización internacional en favor de la libertad en Cuba.
Creo al pie de la letra en esa famosa afirmación de Albert Camus, que se puede ser pesimista en el ámbito de la metafísica, porque allí no podemos nada, allí somos esclavos de un destino preestablecido, pero que en el campo de
Afortunadamente, hay quienes a pesar de esa conspiración internacional, ahora ni siquiera para defender a Fidel Castro sino para no hablar de Fidel Castro, para olvidarnos de que existe Fidel Castro, que existe la revolución cubana, para desplazar las noticias de Cuba de las páginas políticas hacia las páginas pintorescas de los periódicos o de las informaciones televisivas, continúan denunciando al régimen cubano.
Hago un paréntesis. Ayer mismo escuché unas informaciones, en una cadena de televisión aquí en España, y al final, donde se da siempre la nota frívola o de color, aparecía Cuba. ¿Por qué aparecía?
Porque se veía allí un desfile de decenas o centenares de niñitos y niñitas cubanas vitoreando a Elián, condenando al Imperialismo, pero, y este era el detalle que había merecido la presencia de estas imágenes en la televisión, las niñitas y los niñitos bailaban, bailaban mambos, o salsas, ante la mirada benevolente, paternal, de abuelo cariñoso, de Fidel Castro.
Es una gran victoria que Cuba haya pasado a ser una noticia pintoresca y exótica, y que nadie hable de los cuarenta y dos años, ha dicho Carlos Alberto cuarenta y uno, no le regalemos un año, son cuarenta y dos años los que lleva Fidel Castro, en el poder. Sin hacer una sola concesión; no ha hecho una sola concesión en el campo de las libertades en estos cuarenta y dos años.
La revolución sigue siendo tan absolutamente intratable y feroz contra toda forma de disidencia como el primer día. Peor que en el primer día. Esta es una realidad incuestionable, que se debía tener muy presente. Muy frecuentemente, aquí y en América Latina hay quién dice: ³¡Basta ya de atacar al pobre Fidel Castro!, pero si lo que ese país necesita es ayuda, si es el embargo, el bloqueo, el responsable de todas las catástrofes de Cuba. En el momento que se abran las fronteras, que se vayan allí los capitales, van a ver ustedes como inmediatamente la democracia brota como por obra de encantamiento en la Isla de Cuba².
La verdad es que jamás Fidel Castro ha hecho ninguna concesión, y pese a esa consecuencia en la intolerancia ha conseguido, sin embargo, que hoy día Cuba ya no figure en la agenda política internacional y que quienes, a pesar de todo, tercamente siguen criticándolo, recordando que hay allí una dictadura feroz y sanguinaria, aparezcamos como dinosaurios, gentes que están fuera del tiempo, en una incorrección política pertinaz, que nos pone como fuera del juego intelectual, cultural y cívico de nuestra época.
Afortunadamente existen esos personajes, a los que ha glosado Carlos Alberto Montaner en su exposición. Gentes como Elizardo Sánchez o como Gustavo Arcos o como las decenas, quizás centenas de disidentes movilizados en Cuba contra toda esperanza, en la indiferencia o en la hostilidad de una comunidad internacional objetivamente cómplice de la dictadura. Ellos no se han dejado desmoralizar. Ellos no se han dejado derrotar, a pesar de la dureza de la represión que se abate sobre ellos, también en el silencio. Ya que muy rara vez, llega a las planas de los periódicos importantes, de derecha o de izquierda, la noticia de las condenas de los disidentes, de los meses o los años que les infligen por faltas tan ridículas, tan grotescas, como la de esos disidentes que fueron a la cárcel por firmar un Manifiesto que tenía el título terriblemente subversivo de ³
Esos disidentes deberían conmovernos, pero, sobre todo, avergonzarnos, por lo mal que nos portamos con ellos, nosotros, desde estas cómodas sociedades donde sí podemos decir lo que pensamos, actuar y movilizarnos con una libertad que ya tres generaciones de cubanos, en la Isla, desconocen por completo.
Esas figuras a mí me recuerdan mucho a un personaje que yo admiro, una de las grandes figura cívicas y morales de nuestro tiempo: Vaclav Havel. Seguramente algunos de ustedes han leído las cartas que escribió en prisión, en una época en la que, como para los cubanos, libertad parecía un designio remotísimo, para no decir inalcanzable, desde la perspectiva de una democracia popular entre comillas, y, sin embargo, en esas cartas lo que subyace, lo que deslumbra, es esa seguridad, también granítica, de que a pesar de todo la libertad llegaría, y llegaría mas temprano que tarde, a lo que era entonces Checoslovaquia.
Era una voz que parecía completamente utópica, totalmente desadaptada a una sociedad donde la Unión Soviética y sus satélites parecían una realidad definitiva, para quedarse allí, para sobrevivir a lo largo de los siglos. Y, sin embargo, Vaclac Havel, en el calabozo en el que cumplía una condena de muchos años, afirmaba enfáticamente que la libertad llegaría a Checoslovaquia, y que la sociedad debería prepararse para recibirla, actuando como él actuaba.
Yo también creo que la libertad llegará a Cuba y ojalá llegue más pronto que más tarde y ojalá llegue de manera pacífica. Ese pueblo ha sufrido ya demasiado. Tres generaciones de cubanos vienen padeciendo de una forma indecible, para desear que la libertad eche raíces en la isla a través de un baño de violencia. Ojalá llegue por los métodos pacíficos que defienden, que ponen en práctica, gentes como Elizardo Sánchez y Gustavo Arcos.
Pero, cuando llegue, quizás lo más triste y trágico del asunto, será que habrá llegado gracias a gentes como ellos y que miles, millones de demócratas en el mundo hicieron muy poco o no hicieron nada o hicieron todo lo posible para que ello no sucediera, por cobardía, por oportunismo, por servidumbre a la llamada corrección política.
No quiero terminar con una nota ácida, ni muchísimo menos, pero creo que sería inmoral no reconocer la verdad. El caso de Cuba es el caso más trágico hoy día en el mundo, de una sociedad sometida a una dictadura, porque esa sociedad prácticamente carece de apoyos internacionales en el campo político y en el campo intelectual.
América Latina, que era hasta hace algunos años una tierra que parecía haber entrado en un periodo de democratización y libertad, comienza por desgracia a involucionar, lo que también favorece al régimen cubano. Hoy día hay otra dictadura en América Latina, no tan completa, no una dictadura totalitaria como la cubana, pero sí una dictadura que muestra una capacidad de resistencia a los vientos democráticos indiscutibles, como es el caso de la peruana, y hay países que difícilmente se pueden llamar democráticos, como Venezuela, Ecuador, o como son los casos de democracias que tambalean, que se descomponen internamente como Paraguay, como Bolivia, y eso, desde luego, debería alarmarnos tremendamente.
La verdad es que hoy en día en esta sociedad globalizada que es la de nuestro tiempo, las democracias tienen no solamente una obligación moral sino la oportunidad práctica de actuar contra las dictaduras, de impedir que los horrores que ellas cometen se sigan abatiendo sobre las sociedades donde la democracia colapsa y, sin embargo, no es así y es difícil explicárselo, porque en ese campo, hace apenas unos pocos años, luego de la caída del muro de Berlín, las cosas parecían tan claras, parecía haber un vasto consenso en la humanidad, para acabar con las dictaduras, para acorralarlas, para reducirlas, para ir poco a poco reemplazándolas por gobiernos democráticos. ¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Qué es lo que ha pasado para que cambie tan radicalmente el panorama?. Yo no tengo una explicación, pero compruebo esto, me parece una evidencia, y quiero dejar aquí en este ámbito, el ámbito de gentes que sí se comprometen, de gentes que a pesar de su escasez de medios, hacen lo que pueden para luchar contra una de las peores dictaduras de nuestro tiempo, esta interrogación. ¿Qué ha ocurrido con esta libertad que hace apenas once años, nos entusiasmaba tanto con la caída del muro de Berlín, que nos movilizaba para actuar con la misma resolución con la que habían actuado los alemanes, los polacos, los checos, para que hoy día nos deje indiferentes y nos permita contemplar cruzados de brazos la supervivencia de dictaduras que producen tanto sufrimiento, tanto desgarro y tanto dolor, como es el caso de la dictadura cubana?
Termino rindiendo un gran homenaje a Elizardo Sánchez, a Gustavo Arcos y a todos los que como ellos, allá en Cuba, en esas condiciones atroces, mantienen viva, no obstante, la llama de la libertad, de esa libertad a la que debemos las mejores cosas que han pasado a la humanidad.
Discurso pronunciado por Mario Vargas LLosa en la entrega del III Premio Internacional de Derechos Humanos de la Fundación Hispano-Cubana.
Casa de América, Madrid, 14 de junio de 2000.
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