Los Trenes de la Muerte, Victimas y asesinos
..//.. Mucho peor les fue a los de la expedición del día siguiente compuesta por unos 250 prisioneros procedentes de la catedral de Jaén y del pueblo cordobés de Adamuz, que había sido conquistado por las fuerzas del general José Miaja el 10 de agosto. Viajaba en ella el obispo de la diócesis, Manuel Basulto Jiménez. Al llegar a Vallecas, la guardia civil que los escoltaba, incapaz de detener a los numerosos milicianos que pretendían apoderarse de los presos, los dejó en sus manos. La limpieza alcanzó a casi todos los viajeros, incluyendo al obispo, al deán de la catedral y a la hermana del obispo, de quien se encargó una miliciana.Nadie en esas primeras semanas de poder de los comités y de las milicias era capaz de ofrecer una respuesta dura a esos desmanes. El más sonado de aquel mes ocurrió en Madrid que, anticipémoslo ya, iba a conocer muchos y más sonados todavía en los meses siguientes. En la noche del 22 al 23 de agosto, un grupo de milicianos escogió a unos cuantos presos de los casi 2.000 amontonados en ese momento en la cárcel Modelo. Asesinaron allí mismo, por ser quienes eran, a varios militares, derechistas y políticos. Algo más extenso es el relato ―y el comentario― que hace César Vidal en su obra Paracuellos-Katyn (páginas 134-135 de la tercera edición, de 2005): Como ya hemos indicado, el número de presos andaba en torno a los trescientos y habían dejado Jaén a las 11 de la noche del 11 de agosto de 1936. El traslado de los reclusos se llevó a cabo en condiciones verdaderamente inhumanas y durante el viaje, fue común que las turbas de las localidades por donde pasaban los insultaran e incluso lanzaran piedras.Lo que sucedió a continuación contaba con precedentes en Rusia y, desgraciadamente, también en España y denota un sistema de matanza propio de la aplicación de la justicia de clase. Sin averiguar la identidad de las personas que tenían en su poder ni tampoco sus posibles responsabilidades, los milicianos frentepopulistas condujeron el tren hasta las inmediaciones de El Pozo del Tío Raimundo. A la altura de Villaverde, ya el día 12, los milicianos detuvieron el convoy y ordenaron a los cuarenta guardias civiles que les entregaran a los pasajeros. El jefe de la escolta se puso entonces en comunicación con el ministro de la Gobernación ( era el general Sebastián Pozas Perea) para pedir instrucciones y éste le ordenó que procediera a poner a los presos en manos de los milicianos.
Una vez allí, ordenaron a los presos descender del convoy y comenzaron a dividirlos en grupos de veinticinco. Éstos eran llevados hasta un terraplén en cuya cercanía había emplazadas tres ametralladoras y allí se procedió a fusilarlos a continuación. Fue habitual en medio de la matanza que hubiera padres que contemplaron el fusilamiento de sus hijos y viceversa. No fueron, desde luego, los únicos espectadores. Unos dos mil simpatizantes del Frente Popular asistieron a los fusilamientos como si de un espectáculo se tratara acompañando las ráfagas de ametralladora con vítores y aclamaciones. Resultaba difícil creer que se pudiera esperar piedad de aquella gente. Sin embargo, no faltaron los casos de personas que intentaron, infructuosamente, defenderse de la muerte. Uno de ellos fue el de Teresa Basulto, hermana del obispo de Jaén, cuyo único crimen era su parentesco con el prelado. Teresa Basulto alegó que era inocente de cualquier crimen y que matarla sería una infamia. La respuesta de los frentepopulistas fue asegurarle que sería fusilada por una mujer, lo que, efectivamente, sucedió cuando sobre ella descargó su pistola una miliciana llamada Josefa Coso, la Pecosa. Los fusilamientos continuaron ―incluyendo a Manuel Basulto, obispo de Jaén, que murió de rodillas pidiendo perdón por sus asesinos y a Félix Pérez Portela, vicario general― hasta que cuando faltaban unos cuarenta por morir Leocadio, un joven de 19 años, se dirigió al jefe de milicias y le dijo que respondía con su vida de todos los que aún no habían sido fusilados. Aquella acción salvó a algunos de los detenidos -que luego contarían lo sucedido- pero no impidió el despojo de los cadáveres. Tras la matanza se procedió a enterrar a los asesinados en dos grandes fosas situadas junto a las tapias del cementerio de Vallecas. Después de la guerra, se logró rescatar un total de 206 cadáveres, entre ellos el del Sr. obispo de Jaén monseñor Manuel Basulto Jiménez, junto con su hermana Teresa y el vicario general D. Félix Pérez Portela y demás compañeros, los cuales fueron exhumados y trasladados a sus lugares de origen. En la catedral de Jaén se encuentran varias lápidas de mármol con los nombres de casi todos ellos, a excepción de algunos y de dos monjas Hijas de la Caridad que también fueron fusiladas. Los hechos eran, no puede dudarse, de una extrema gravedad. Sin embargo, a esas alturas, el gobierno republicano no sólo no pensaba en poner fin al Terror sino que estaba dando pasos decisivos para respaldarlo. |
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La otra memoria histórica.60.000 asesinados por elFrente Popular victimas de la represión.
«Desde el mismo comienzo de la guerra, toda España vive un largo proceso de Terror político: en un lado, el Terror rojo; en el otro, el Terror blanco. Es del Terror rojo de lo que hablaremos aquí. En esa atmósfera se desencadena una persecución religiosa sin precedentes en la España moderna que elevará el número de clérigos asesinados –sacerdotes, monjas, frailes– hasta cerca de los 7.000, sin contar la elevadísima cifra de seglares que son asesinados por sus convicciones cristianas. Con el derecho arruinado, aparecen casos siniestros de venganzas personales, asesinatos y robos cometidos bajo la coartada de una razón política rebajada al rango del crimen. El «paseo» se convierte en escena cotidiana: el enemigo es cazado, transportado al matadero, asesinado impunemente. El miedo cierra algunas bocas; otras, el odio. Con el pretexto de la guerra, de la cercana amenaza del enemigo, se procede a ejecutar matanzas masivas que aún hoy sorprenden por su cuantía. No hay pretextos ni excusas políticas para una carnicería que los propios republicanos juzgarán como su mayor vergüenza. Pero quizá la mayor vergüenza no sea esa, sino el hecho de que la carnicería continuará. No con cifras tan masivas, pero sí con un sistema depurado de Terror cuyo mejor exponente son las checas. En torno a las checas se desencadenan la tortura, la humillación, la muerte. Cuando el Gobierno interviene para controlar el Terror, no lo atenúa, sino que lo intensifica. Ninguna medida de orden es capaz de neutralizar la dinámica revolucionaria que el propio Gobierno del Frente Popular ha abierto. Así, serán las propias instituciones las que terminen enviscadas en el mundo tétrico de los asesinatos, los saqueos, el tráfico de bienes robados a vícti= mas inermes, la evasión masiva del tesoro nacional. Los tribunales no correrán mejor suerte: atrapados en la disyuntiva entre mantener el orden o legalizar la revolución, se dejarán llevar por la corriente hasta convertir la Justicia en una parodia que demasiadas veces se limitará a avalar formalmente el crimen. Hacia la primavera de 1937, cuando aún no se ha cumplido un año de contienda, la mayor parte de la represión ha sido ya consumada. Hablamos de una cifra que podría rondar las 50.000 víctimas en diez meses. Las matanzas de población civil, aun ejecutadas en distintas condiciones, fueron cosa común en los dos bandos: en ambos se hizo acopio de presos políticos, en ambos se cazó al contrincante, en ambos se ejecutó a detenidos, en ambos hubo represalias de guerra. El Terror rojo tuvo, sin embargo, ciertos aspectos peculiares que no encontramos en el «terror blanco». Uno es la programación de matanzas masivas, exterminadoras, como la que en pocos meses llenó las fosas de Paracuellos. Otro es el sistema de los centros de tortura y asesinato denominados «checas», dependientes unas veces de las autoridades del Estado republicano y otras veces de los partidos políticos del Frente Popular. Un tercer elemento singular es el ensañamiento sobre las víctimas, tanto sobre los detenidos como sobre los cadáveres, practicado de forma tan abundante en la zona republicana que puede hablarse de una suerte de macabro ritual. Por último, el Terror rojo tendrá una importante dimensión económica, con redes bien organizadas de despojo y saqueo que incluso llegarán a ocupar las páginas de los propios periódicos republicanos, como en el caso García Atadell. Las matanzas masivas y el sistema de checas son un golpe de muerte para la idílica imagen de una República democrática y virtuosa, ese espejismo de la propaganda que suele expresarse con el concepto «legalidad republicana». Del mismo modo, los numerosísimos casos de ensañamiento y salvajismo sobre las víctimas, de los que aquí sólo ofreceremos unos pocos ejemplos, arruinan por completo la idea propagandística de que el Frente Popular encarnaba la ilustración, la libertad, la modernidad. Cuando el Gobierno republicano intente «humanizar» la represión a través de los campos de trabajo, el resultado será –cierto que no en todos los casos– un universo concentracionario demasiado parecido al Gulag. Detrás del Terror rojo hubo mucho odio, expresado de la manera más atávica y elemental. El ensañamiento sobre las víctimas es la demostración más clara. Y es, por cierto, un capítulo sobre el cual la izquierda española ha eludido cualquier reflexión en profundidad. Era tal vez inevitable que este paisaje terminara desembocando en una dinámica suicida, en una avalancha del Terror sobre sí mismo. En situaciones así, siempre son los grupos más decididos, más osados, más dispuestos a llegar donde haga falta, los que terminan devorando a sus aliados más débiles o con mayores escrúpulos. Aquí el grupo más decidido será el Partido Comunista de España, con el apoyo imprescindible de la Unión Soviética de Stalin. Las checas de la República se llenan de técnicos soviéticos mientras el servicio secreto estalinista, el NKVD, campa a sus anchas. Toda la maquinaria bien engrasada –con sangre– del Terror estalinista se aplica en España de manera implacable. Pero ahora no se orientará sólo hacia los enemigos del Frente Popular, sino que golpeará muy especialmente a los partidos sospechosos de hacer sombra a los proyectos de Moscú: primero a los supuestos «trotskistas», después a los anarquistas, más tarde a los propios socialistas. La creación del Servicio de Investigación Militar, el temible SIM, diseñado bajo la directa inspiración soviética, formalizará oficialmente la represión en una República que, con Negrín, se parecerá demasiado a una dictadura militarizada. El fin de la guerra es una estampa de guerra civil dentro de la guerra civil: anarquistas y republicanos a tiros contra los comunistas en los barrios de Madrid. El Terror se ahoga en sí mismo. Esta es la secuencia de los hechos que aquí vamos a detallar. Primero, el tiempo de la caza del hombre, de la persecución, en nombre de una alucinación revolucionaria. Después, la aniquilación del enemigo encerrado en las prisiones. Veremos también las singularidades del Terror rojo español: las matanzas masivas, el sistema de las checas, el ensañamiento con las víctimas, los saqueos, la función de los tribunales populares, los campos de trabajo forzado. Por último, el momento en que el Terror rojo se abate sobre sí mismo, con la decisiva intervención soviética. Esa es la trayectoria del Terror rojo español.» |
« E P I T A F I O – D E – Z P .-
GRUPOLUBRE, Transportes y Montajes. »
noviembre 16th, 2011 at 12:27
Y para esto no hay memoria historica y me supongo que los simbolos de dicho asesinato en masa habran sido borrados