0.113 Orgullo Rojo Gualda
Nadie lo va a estropear. La obra maestra creada por los geniales inventores de la selección española de fútbol quedará grabada en el recuerdo de varias generaciones y muchos guardarán para siempre en sus corazones las imágenes de todo un país seducido por el fútbol de su equipo y por los colores de su bandera, la de todos.
Unos colores exhibidos sin complejos y con orgullo, como lo podría hacer un ciudadano de Wisconsin con los de Estados Unidos, o uno de Tronheim con los de Noruega. Los aldeanos de campanario, esos que afirman no sentirse identificados con un equipo como el de la semifinal ante Alemania, en el que jugaron cinco catalanes, un madrileño, un canario, un astasturiano, un castellanomanchego, un andaluz y un vasco, se estrellan de repente contra un muro de sentimientos largamente reprimidos.
La pasión por la mejor selección del mundo, por la dignidad con la que está representando a una vieja y castigada nación, es transversal, no se detiene en fronteras artificiales e historietas inventadas que nada tienen que ver con la historia real.
Los aguafiestas que afirman no haber visto ningún partido de España, los extraviados que desean la victoria de Holanda o los que portaban banderas alemanas durante la semifinal, son ya considerados como parte habitual del fondo de armario, como ese viejo abrigo que aguanta año tras año colgado de una percha, pero que sigue ahí porque nadie se molesta en arrojarlo a la basura, que es su destino natural.
No pasa nada. Sus gritos se perderán ante la ola de pasión de los millones de españoles que se merecen ser campeones del mundo. Y que no les moleste una pandilla de truhanes y sus brazos armados con forma de Kale Borroka y cuentos sesgados.
Como el Príncipe Juan de Robin Hood, o el Darth Vader de La Guerra de las Galaxias, los empecinados defensores de instalar una aduana en cada pueblo tratan de romper el ambiente de fiesta, la boda con Lady Marian o el triunfo de los rebeldes frente al imperio. Admiten su papel de villanos y se regodean. Allá ellos.
Los buenos saltarán el domingo con las paradas de Iker, los cruces de Puyol, los toques de Xavi, los pases de Alonso, los amagos de Iniesta los goles de Villa y hasta con el sereno rostro de Del Bosque, ese castellano viejo que dirige la banda. Vibraremos con el equipo de TODOS. Con la mejor selección de la historia de ESPAÑA. Por cierto, que arte tienen estos tipos.
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Toda España empujó el balón de Puyol. Todo un país por fin unido y con un objetivo común elevó al descomunal defensa del Barça hacia la gloria, le ayudó en ese salto imposible que acabó con los mastodontes alemanes y que se habría llevado por delante a todo un ejército de bárbaros del norte. El fiero león azulgrana invadió el área germana y soltó la bomba que acabó con los panzers y salvó al fútbol. Porque el fútbol necesita que gane España, que la belleza del toque se imponga a los malos, que son casi todos los demás, los que sólo pueden defenderse del tsunami que provocan los malabaristas con el escudo de España y la bandera de un estilo inimitable y hermoso
Qué ironías del fútbol y del destino. España, el equipo de los artistas, el del balón en el pasto, pegado a la bota, a ras de césped, se ganaba el derecho de conquista, el de aparecer en la primera final de su historia, con un córner, una estrategia que no domina, y con un arranque de esa furia que un día fue seña de identidad de La Roja y que ahora es simplemente un recurso con el que homenajear la memoria de Zarra, de Zamora, de Marcelino, de la nariz de Luis Enrique, de Cardeñosa y de tantos otros que lucharon durante casi un siglo para llegar hasta donde por fin está el EQUIPO nacional español.
Sí, es cierto, España es finalista del Mundial. Y no sólo eso, es una referencia, una marca futbolística, el signo del buen gusto, el equipo que practica el fútbol más atractivo y osado del planeta. Un ballet rojo que acaricia la pelota, marea a los adversarios y de paso, gana con la elegancia de los dandis, con el estilo cadencioso de esos artistas que saben que las prisas son malas consejeras. España no vence, se exhibe, juega con smoking. Ganar lo hace cualquiera. Como lo hace la selección española sólo está al alcance de los elegidos, de una generación que será recordada dentro de unos años. Hubo una vez el Brasil del 70. Dentro de poco la historia hablará de la España de 2010 como otra de las cumbres de un deporte convertido en una de las bellas artes por Xavi, san Iker y compañía.
Alemania había aplastado, a Inglaterra y Argentina. Nada, dos minucias. Pero una cosa es jugar ante equipos normales y otra medirse frente a frente con un grupo de extraterrestres que manejan el balón a su antojo, lo esconden y lo transforman en una prolongación de su propio cuerpo. La pelota ama a España, quiere ser conquistada por La Roja. Se deja acariciar. Le gusta. Y los demás se quedan para mirar y perder. Alemania no presionó la salida del balón pero tampoco tuvo agallas para salir a campo abierto, a pecho descubierto. Esperó atrás, quiso buscar una contra que casi nunca llegó por el magnífico posicionamiento de un equipo que no sólo levita con el balón en su poder, sino que tiene autoridad y orden cuando tiene que dedicarse a esas labores mundanas, defender y cosas así. En realidad, los alemanes se marcharon al vestuario ahogados por el baño que acababan de recibir. Como España no hay ninguna. Como España no juega nadie.
Del Bosque tiene su parte de culpa en lo conseguido. Todas sus maniobras le han salido bien. La última, la de sorprender con la velocidad de Pedro, otra muesca en su catálogo de recursos tácticos, como los recursos de Llorente o Cesc en otros partidos. Puede tener aspecto de señor bonachón y apacible. Pero tras esa amable figura esconde la sabiduría de quien sabe llevar a un grupo de elegidos para la gloria. Él también es un campeón. Y toda España va a ser campeona del mundo el domingo.
¡ El Pais !
para el comisario político Félix Monteira
Comenta el periodista que recientemente le llamó un amigo de El País y le dijo: «Te vas a reír, o vas a llorar. ¿Recuerdas la bandera de España que pusiste en tu mesa y el follón que te montaron los jefes para que la quitaras? Pues hoy, con el Mundial, El País está saturado de banderas, los tíos la llevan colgada del cuello y las tías como pareo».
Los hechos sucedieron en 2002, cuando Alfredo García Francés colocó una bandera española firmada por unos amigos que habían acudido a una manifestación en San Sebastián de Basta Ya contra el «nacionalismo obligatorio». La puso sobre su mesa en la redacción de El País. «En las paredes de la redacción colgaban otras banderas republicanas, palestinas y vascas».«Un miembro de CCOO, redactor de internacional, secuestró mi banderita, luego sufrí agresiones verbales por parte de algunos compañeros y jefes, muy especialmente del perro que soltaron para roerme las canillas, el entonces subdirector Félix Monteira, más tarde director de Público y hoy Secretario de Estado de Comunicación del Gobierno de España. Félix, excelente periodista y comisario político, me acusó durante semanas de llevar a la redacción la guerra de las banderas, y sus palmeros, de facha y otras memeces parecidas», cuenta García Francés.
Dice que él le respondió «atónito» que estaba en España y que en la redacción había otras banderas. «Chantaje y sectarismo, por delinquir mostrando la bandera de mi país. En Madrid. En el diario independiente de la mañana, en el templo de la libertad. Al final, decisión salomónica, ordenaron quitarlas todas. Me alegro que «el milagro del fútbol», como dice Teo Uriarte, haya levantado la veda de la bandera española en el diario El País. ¿Será momentáneamente?», se pregunta.
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