Asesinos socialistas, el Terror Rojo.
Es extraordinario cómo la izquierda y los separatistas persisten incansables en sus versiones, perfectamente ficticias, sobre la guerra civil. En los años 70, diversos autores, en especial los hermanos Salas Larrazábal y Ricardo de la Cierva, desmontaron gran parte de su tinglado de argucias propagandísticas, pero a base de repetir las mismas como si nadie las hubiera rebatido, y de satanizar a los críticos, al estilo stalinista, con ayuda de los fondos públicos y medios manejados por la izquierda y la vergonzosa inhibición de la derecha, consiguieron imponer en la sociedad sus puntos de vista. Claro que desde entonces, la crítica creciente les ha obligado a retroceder un tanto. Su último baluarte era la represión, en torno a la cual han construido una serie de mitos que volvían inatacable el comportamiento de la izquierda, y doblemente culpable el de la derecha. Por algo el montaje de la «memoria histórica» reposa, precisamente, sobre esa pretensión: las víctimas del franquismo, supuestamente caídas en defensa de la libertad.Sobre esa falsedad se elevaba una argucia: no podía dejar se reconocerse el terror masivo llevado a cabo por las izquierdas, que manchaba un tanto el «buen nombre» humanista y democrático de las mismas. Pero, claro, debíamos tener en cuenta que, por una parte, fue un terror causado por la sublevación fascista o franquista, una reacción defensiva al golpe militar; y que, por otra parte, se ejerció al margen de los deseos e intenciones del gobierno, los dirigentes y los partidos del Frente Popular, fue un terror popular, espontáneo y desordenado, nacido de una «opresión de siglos». El terror derechista, en cambio tenía los rasgos contrarios: antipopular, sistemático, organizado de arriba abajo por una oligarquía ferozmente reaccionaria.
Hacía falta un libro que dejara las cosas en claro y documentara la doble falsificación. De hecho han salido un buen número de ellos tratando aspectos parciales, como la persecución religiosa, los crímenes en determinadas provincias, el caso de Paracuellos, etc. Pero este de Javier Esparza El terror rojo en España. Epílogo: el terror blanco, es, como señala su prologuista Stanley Payne, el más completo y ordenado publicado hasta hoy. Esparza ha realizado un trabajo brillante, intelectualmente bien organizado, que demuele toda la fantasía propagandística creada al respecto. No fue «el pueblo» descontrolado, sino los partidos y sus dirigentes, el mismo gobierno, quienes organizaron el terror. Un terror preparado de largo tiempo atrás por una propaganda de odio, de una tosquedad brutal, en especial la antirreligiosa, pero efectiva. Otra cosa es que entre los diversos partidos del Frente Popular menudearan las rivalidades que les impedían un pleno control, y que terminaron en otro terror típico y olvidado, pero recordado por Esparza: el aplicado entre las propias fuerzas del Frente Popular.
El autor realiza una serie de aportaciones de gran interés, como un documento de Dimitrof sobre la responsabilidad de Carrillo en la matanza de Paracuellos, que corrobora lo que en realidad es evidente, salvo para algunos interesados de izquierda y unos pocos bobalicones de derecha. También aclara el proceso de creación del terror comunista, a menudo bajo el control del NKVD, por inspiración del cual creó Prieto el tenebroso SIM. Obsérvese: el socialista «moderado» Prieto lo crea, aunque aproveche sobre todo a los comunistas. El papel del PSOE en el terror –aunque sufriera también alguno por parte de sus aliados del PCE– y en el desencadenamiento de la guerra, es expuesto inapelablemente en el libro.
¿Qué decir del terror «blanco? Tuvo grandes semejanzas con el rojo en un primer período, el más sangriento en los dos bandos, caracterizado por el hundimiento radical de la legalidad republicana. Después, conforme la guerra se iba decantando a favor de los franquistas, su persecución atendió sobre todo a la necesidad de asegurar la retaguardia. La represión de posguerra tuvo otro carácter, el de hacer justicia tal como la entendían los vencedores, castigando los crímenes del enemigo (no los propios, claro, pero esto ha ocurrido siempre).
A mi juicio, la cuestión clave en torno a estos tristes episodios gira en torno a cómo y por qué se destruyó la república. Hoy, después del fracaso de los historiadores de izquierda y separatistas en su intento de refutar la documentación y testimonios contrarios, no puede caber duda de que fueron unas izquierdas revolucionarias o jacobinas las que destruyeron una legalidad que ellas mismas impusieron al principio; una legalidad solo parcialmente democrática, pero con decisivos elementos de libertad susceptibles de desarrollo y asentamiento mediante las reformas que enseguida impuso la experiencia. Aquellos mismos destruyeron la ley, unos porque creyeron llegada la ocasión histórica de pasar de la «democracia burguesa» a la «revolución proletaria»; y otros porque, al no admitir la posibilidad de que la derecha gobernase, intentaron transformar el régimen en algo similar al PRI mejicano, seudodemocrático y muy masonizado. Contaron finalmente con la ayuda de Alcalá-Zamora, un derechista acomplejado y resentido que con su insensatez desató un proceso hasta entonces evitable.
Sin duda es una paradoja, impuesta por la propaganda, que a los destructores de la república –stalinistas, marxistas, separatistas, racistas, jacobinos, anarquistas– se les siga conociendo en todas partes como «los republicanos». Esta paradoja define una mentira esencial.
En fin, un libro serio y sólido, muy bien escrito, y un golpe demoledor a la «memoria histórica» de los falsarios.
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